viernes, 2 de octubre de 2015

LA MERECIDA EXPULSIÓN DEL TENIENTE SEGURA

 
En un inconmensurable esfuerzo por la patria me he tomado la molestia de leer la novela “Un paso al frente”, escrita como muchos sabrán por un ex oficial del Ejército. Ex oficial porque desde el pasado mes de junio ha sido expulsado del mismo, y si aún cupiera esa figura en nuestras progresivamente “civilizadas” Fuerzas Armadas, diría expulsado con deshonor.

 El teniente Segura es, seguramente, el militar que ha visitado más los medios de comunicación en los últimos meses, haciendo alarde de su valentía e integridad al enfrentarse a la poderosa cúpula militar encubridora, beneficiaria y protectora, según Segura, de una enorme trama de corrupción que mantiene al Ejército anclado en una estructura dictatorial heredada del franquismo y cuya única finalidad es mantener los privilegios de unos pocos.

La historia del teniente Segura arranca cuando éste denuncia algunos presuntos casos de corrupción de los que tiene conocimiento por el puesto que desempeña y todas sus denuncias acaban archivadas en una u otra instancia. La reacción del joven oficial es arremeter contra todos sus superiores y contra la institución misma elevando ya el grado de sus acusaciones al considerar que todos los jueces, interventores y oficiales superiores están “comprados” o amenazados por quienes mueven los hilos del sistema.
 
Naturalmente el teniente no tiene pruebas para argumentar tan graves acusaciones. Pero eso no es un problema, los medios de comunicación no necesitan pruebas y desde luego el documento central de la acusación, la citada novela “Un paso al frente”, no necesita probar nada, pues en tanto historia de ficción que es, puede mezclar fantasía con realidad en una proporción que sólo el autor conoce realmente. Una novela no puede constituir por tal motivo, un modo válido para realizar denuncia alguna. La novela es una creación literaria encaminada al ocio, con la finalidad exclusiva de entretener al lector con las herramientas de la imaginación y la capacidad creativa de su autor.
 
La novela como género literario ya ha sido, no obstante, utilizada antes para reivindicar supuestas verdades, presentándose con una supuesta doble cara de ficción-realidad cuyo objetivo final no es otro que darse publicidad a sí misma. Cuando Dan Brown escribió “El código Da Vinci” logró un enorme éxito gracias a una supuesta veracidad de sus teorías exotéricas, realizadas sin ningún rigor científico, pero con un enorme poder de seducción, sobre todo a lectores poco conocedores de la materia tratada. Los argumentos de “Un paso al frente” son igualmente especulativos y paranoicos pero enormemente atractivos por lo escandaloso de sus planteamientos.

El asunto de fondo no es que existan casos de corrupción en el seno de las Fuerzas Armadas. Casos, de los que el teniente podría haber tenido conocimiento, y de los que, a buen seguro, militares de mayor graduación habrían tratado de ocultar. La corrupción en España no es exclusiva de la clase política, y un estamento tan opaco como la institución militar dificulta su conocimiento desde fuera. Los argumentos originales que darían pie a las teorías del teniente Segura no son, en ese sentido inverosímiles. Sin embargo, el teniente Segura, lejos de centrar sus acusaciones en hechos concretos, para los que parece no ha sido capaz de presentar pruebas concluyentes, tira por alto y acusa a toda la institución militar de constituirse en una estructura putrefacta constituida exclusivamente para sostener privilegios escandalosos. Para argumentar algo tan grave el teniente tendría que aportar hechos más concretos antes de dejarse llevar por sentimientos de rencor o rabia.

Para que el lector se haga una idea, el teniente Segura al ver que no prosperaban sus denuncias, podía haber pensado que no las había fundamentado bien, que no tenía pruebas suficientes o incluso que alguien se equivocó al no apreciar los delitos que él con meridiana claridad veía. Podía haber sacado esas conclusiones pero prefirió sacar otras: todos sus mandos estaban comprados, incluidos los jueces y los políticos, toda la institución estaba corrompida y él, el único valiente y honesto paladín, luchaba infructuosamente contra todo el sistema. De este modo el teniente Segura se convierte en un conductor suicida que va en dirección contraria a todos los demás pero que piensa que son todos los demás los equivocados, al tener una visión de las Fuerzas Armadas que no ve casi nadie más que él.

En la novela de “Un paso al frente” el teniente se retrata en el protagonista, un joven oficial que se encuentra casi solo luchando contra toda una trama de corrupción que va mucho más allá de apropiarse indebidamente de dinero público. Los militares del Ejército de Segura se dividen en blancos, mestizos y negros, como él ve a los oficiales, suboficiales y tropa. Es decir que para Segura los grados militares son “castas” y la jerarquía sólo es un abuso de poder para proteger la corrupción. En este entorno, los oficiales del Ejército, es decir los “blancos”, son ambiciosos y despóticos, sus delitos no se limitan a lo económico sino que se agravan con amenazas, abusos de poder, chantajes, prevaricación y hasta extorsión, asesinato o abusos sexuales. Una especie de mafia omnipresente que se cría en la Academia General Militar para dominar y explotar a los “negros” y aprovecharse del erario público. El papel de los “mestizos” es poco claro en la novela de Segura, a veces cómplices de los blancos, otras veces víctimas, constituyen en todo caso un eslabón intermedio que Segura no sabe definir con claridad.

Lo realmente grave del teniente Segura, es que pese a su condición de oficial del Ejército, desconoce los valores más elementales de la institución militar y su razón de ser. La jerarquía y la disciplina constituyen valores esenciales en todo Ejército y así están definidos en las Ordenanzas desde tiempos inmemoriales en todas las naciones del mundo. Confundir la jerarquía con un sistema de castas o la disciplina con el abuso de poder es desconocer el mundo militar en su expresión más elemental. Para Segura, el simple hecho de que los soldados obedezcan, sean amonestados, arrestados o reprendidos es un abuso de los “blancos” y el hecho de que los jefes militares dispongan de alojamientos más espaciosos o cómodos que la tropa a la que mandan constituye un ejemplo de corrupción. No importa que se falte a la verdad a la hora de argumentarlo: según Segura el edificio de Capitanía General es sólo la vivienda de un general, las residencias militares, necesarias para alojar a los militares en su continua movilidad, privilegios injustos para unos pocos, (a pesar de que existen para todos los empleos). Del mismo modo, los clubs militares, para los que hay que hacerse socio y pagar una cuota, otro ejemplo de abuso de poder…etc. Hasta insinúa que los cursos militares son solamente un pretexto para cobrar las pertinentes dietas. Para Segura los oficiales, en la medida que cumplen con su deber y exigen lo mismo a sus subordinados están abusando de su poder.

En la misma línea que Segura, los bolcheviques usaron esos mismos argumentos durante la primera guerra mundial para socavar la disciplina del Ejército zarista y así facilitar la revolución. El éxito consistió en quitar toda la autoridad a los oficiales, provocar la deserción de los soldados y la derrota del Ejército. Cuando el zar fue derrocado, Rusia salió de la primera guerra mundial y los bolcheviques alcanzaron el poder; comprendieron que necesitaban reinstaurar la disciplina en el nuevo Ejército rojo ya que los reaccionarios del Ejército Blanco amenazaban el nuevo orden revolucionario. Entonces León Trotsky devolvió la autoridad a oficiales del partido, disolviendo los comités de soldados que venían gobernando las unidades desde la revolución y estableciendo la necesaria disciplina con estrictas y a menudo drásticas medidas.

La paranoia de Segura alcanza los límites más extremos de la ignorancia. En su crítica destructiva al Ejército, no duda en descalificar algo tan complejo como la utilidad o conveniencia de las misiones de paz. En su novela, Segura viaja a Afganistán para imaginarse una conspiración de oficiales españoles para involucrar a España en misiones de combate mediante el secuestro de un líder religioso de la zona. El relato de Segura que concluye con una revuelta de la población local contra los españoles, supongo que está basado en hechos ocurridos, en realidad, en Irak en 2004. Trasladar un hecho sucedido en Irak a Afganistán y tratar de sacar conclusiones sobre él en un escenario diferente, de manera simplista, solo puede conducir a conclusiones erróneas. Pero ni siquiera lo que cuenta Segura en su novela valdría para explicar lo realmente sucedido en el lugar real de los hechos.

La detención de un clérigo radical en Irak provocó la rebelión del ejército de Madi, un secuestro realizado por los americanos en contra de la opinión expresada por el mando militar español. Hay que tener en cuenta que el clérigo detenido estaba acusada de asesinato por las propias autoridades iraquíes, y de nada menos que de otro clérigo chií, este más moderado. Los españoles tenían las manos atadas por que las reglas de enfrentamiento que estaban autorizadas a usar, así como el participar en acciones militares eran muy limitadas, cuando no prohibidas, por el Gobierno español. Por tanto al mando español no le quedaba otra salida que el apaciguamiento, si bien los militares españoles sintieron varias veces rabia e impotencia cuando no se les permitía combatir a los radicales de la facción de Madi que atormentaba y abusaba de la población local cometiendo toda clase de crímenes. El caso es que los americanos sí actuaron y provocaron la revuelta que acabó volviéndose contra los soldados españoles que sufrieron emboscadas urbanas y severos ataques a su campamento.

Para Segura el secuestro lo dirige por su cuenta un oficial español, que además es un criminal, que dirige un grupo de soldados americanos que desea combatir a los afganos. Las emboscadas y los ataques tienen lugar en una ciudad afgana donde Segura no distingue entre la población local y los radicales. Esto, además de ser el principal argumento para considerar la misión en Afganistán inútil, es su mayor error de apreciación. En Afganistán sería impensable un episodio como el contado por Segura, puesto que la guerrilla afgana es un fenómeno esencialmente rural incapaz de realizar acciones como las referidas y sin apoyo entre las poblaciones donde los españoles estaban basados. Pero ni siquiera en Irak los radicales representaban a la mayoría de los habitantes de Diwaniya que en general estaban muy satisfechos con la presencia española.

El detalle más sucio y triste de las injurias de Segura, es el que se refiere al accidente del Yakolev 42. Según Segura, los auténticos culpables del accidente aéreo fueron los oficiales al mando del contingente por no negarse a embarcar en un avión averiado. Macabra broma la que gasta Segura a las viudas y huérfanos de aquellos oficiales, que habiéndose quejado reiteradamente a sus superiores sobre la calidad de dichos vuelos acabaron siendo víctima de un accidente en uno de ellos. El accidente del Yak no fue, conviene recordarlo, consecuencia de ningún fallo mecánico, sino del error humano de un piloto ucraniano. Ningún militar puede negarse a volar, salvo el propio piloto, ya que ninguno de ellos es experto en seguridad aeronáutica y no tiene criterio objetivo para oponerse a las órdenes del mando. Esas órdenes que para Segura sólo son abuso de poder. La tergiversación de los hechos en el accidente del Yakolev responde a la necesidad de aprovechar un episodio tan triste para desprestigiar al Ejército. Lo malo para Segura, es que los hechos no casan muy bien con su visión de los militares en castas, ya que en aquel accidente perdieron la vida 18 “blancos” y 32 “mestizos” de un total de 62 militares fallecidos.

En lugar del silencio habitual con que el Ejército y el Ministerio de Defensa tratan estos escándalos, alguien debería haber salido a contradecir las acusaciones del teniente Segura. A los militares se nos tiene ordenado máxima colaboración con los medios de comunicación cuando estamos en operaciones, ya que la falta de información suele poner a los periodistas en contra. Sin embargo, cuando de asuntos domésticos se trata, la falta de trasparencia es total aunque en este caso el sujeto acusador ya esté campando por las televisiones. La estrategia de comunicación en este sentido es un error. Por otro lado está claro que el Ejército ha fallado gravemente, al menos en lo que se refiere a enseñar y trasmitir valores a un oficial que ya contaba con bastantes años de servicio. Es incomprensible que un oficial tenga una visión tan obtusa del Ejército y es forzosamente síntoma de que algo falla.

La novela de Segura, es por tanto, una historia de ficción como cualquier otra novela. No puede considerarse nada más que eso y por tanto no es argumento contra nadie ni contra nada. Pero el acudir a los medios de comunicación difamando a las Fuerzas Armadas dando a entender que lo que es ficción son hechos reales constituye una grave injuria. La libertad de expresión no puede amparar injurias, ni a un militar ni a un civil. Si las acusaciones infundadas de Segura fueran hechas contra otra institución civil, Segura no habría sido sancionado, arrestado o expulsado, pero habría sido condenado por delito de injurias si dichas instituciones se hubiesen querellado. Eso sí, la novela no podría ser nunca la causa, porque es siempre ficción. Lo que no es lícito es pretender convertirla en verdad. Si el teniente Segura no hubiese acudido a los medios a decir que con su novela denunciaba hechos reales nadie podría haberle sancionado, aunque seguramente tampoco nadie la habría leído.
 

 

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